Adictos, crítica teatral

06 Sep 2022

El teatro y el hecho teatral, a lo largo de la historia y de los tiempos, responden a ciertos requisitos que, más allá de las formas de hacer de cada época y de sus modas, son componentes necesarios para alcanzar unos estándares adecuados.

Un buen intérprete siempre hará mejor cualquier montaje, el protagonismo del director, especialmente a partir de la mitad del siglo del siglo XX, hace que una misma obra pueda tener diferentes matices al ser contemplada, los diversos oficios técnicos aportan creatividad y riqueza a las diferentes propuestas, pero lo que es requisito imprescindible para que un espectáculo funcione, por sí mismo, es el texto; sin él, podremos deleitarnos con el oficio interpretativo de los mejores actores y actrices, e incluso podremos vislumbrar el talento y capacidad de los más hábiles regidores y técnicos, pero la propuesta no cogerá el vuelo necesario porque nacerá lastrada en su origen.

“Vivimos en una gran paradoja” …”¡Menuda porquería de evolución!”.

Los lectores habituales de mis criticas teatrales pueden llegar a pensar que soy reiterativo en este planteamiento, pero la única razón para ello es que, con excesiva frecuencia, se programan espectáculos en los que su mayor dificultad radica, justamente, en ello.

En esta apertura de la temporada teatral 2022/2023, llega al Teatro Reina Victoria, de Madrid, con producción de Pentación Espectáculos, la gran actriz que es Lola Herrera, estupenda a sus 87 años, en esta ocasión desprendida de su mítico personaje de Carmen Sotillo (‘Cinco horas con Mario’), para protagonizar la obra “Adictos”, una distopía de conspiraciones desde el poder, creíble en su génesis pero inverosímil en su desarrollo, escrita a cuatro manos entre Daniel Dicenta Herrera, hijo de la propia intérprete, y Juanma Gómez, la cual se mantendrá programada en dicho recinto siete semanas, hasta el 23 de octubre.

«¿Qué sabe usted del ‘censo digital’?»

El planteamiento, que es acertado, parte de la reflexión sobre toda la información que los humanos del hoy volcamos en nuestros dispositivos móviles y virtuales, como ‘adictos’ de la tecnología, y el uso que de todo ello se puede hacer, concretamente desde el poder. La información es conocimiento y a partir de ahí aparecerán las diferentes listas y el ‘censo digital‘, para con ello sucederse diferentes clasificaciones, de amigos vs. enemigos, de sumisos vs. rebeldes, de propios vs. extraños; y, ¿por qué no?, decidir, por los detentores del poder, quienes y qué parte de la población es prescindible, eufemismo que conecta el hoy de esta democrática época, con los tiempos más oscuros del nazismo o los absolutismos más radicales.

Lola Herrera interpreta el personaje de la científica Estela Díaz Anderson, diseñadora del potente software del asistente virtual ‘Nova’, destinado a convertirse en imprescindible en las vidas de cualquier persona y, por tanto, depositario de toda su información. El inicio de la propuesta se desarrolla a partir de un gran evento, social y mediático, que es inaugurado con una ponencia de la afamada científica, en la que nada responde a las expectativas previas, ni la tesis defendida por Díaz Anderson, ni los sorprendentes hechos que suceden a su alrededor, que desencadenan una trama que termina por ser excesivamente ‘naif‘.

“Mentira, mentira …¡todo es mentira!”

El argumento que arranca interesante, va perdiendo sustancia hasta que, sobre los 35 minutos de su duración, un ripio excesivamente forzado en la trama, acaba por dinamitarlo.

Lola Baldrich, que interpreta a la doctora Soler que atiende a Estela Díaz Anderson tras lo sucedido en el acto de presentación de ‘Nova’, y Ana Labordeta que recrea a la periodista Eva Landau, interesada en lo realmente ocurrido, se entregan con energía a la defensa de sus personajes, condicionadas por una trama que, como en el caso de Lola Herrera y a pesar de su gran oficio escénico, limita el lucimiento.

“¡Ellos van a decidir qué parte de la población es prescindible!”

Magüi Mira, mujer de teatro total, tanto como intérprete, directora, productora e, incluso, dramaturga, dirige este montaje con su habilidad y solvencia habitual, aún condicionada por el texto original, utilizando con academicismo los recursos técnicos disponibles para presentar la trama de forma aseada, optando por una sencilla escenografía de Curt Allen Wilmer donde destacan tres huecos por donde aparecen y desparecen los personajes, toda ello dominada por el color blanco, igual que en el vestuario diseñado pro Pablo Menor, con iluminación de José Manuel Guerra en la que se observaron ligeros desajustes temporales. De las decisiones tomadas por la directora, llama la atención la permanencia en escena del personaje de la periodista interpretada por Ana Labordeta, aún en momentos que no participa en la trama, sin matizar la iluminación sobre ella, cuestión que no ocurre igual con los personajes interpretados por Lola Herrera y Lola Baldrich.

“Queremos que cuente toda la verdad …¿pero qué verdad?”

En cualquier caso es necesario reconocer el evidente reclamo y atención que supone la aparición en escena de una gran señora del teatro, como es Lola Herrera, capaz por si misma de llenar una sala teatral en Madrid, a principios de un mes de septiembre, aún condicionado por los efectos del agosto mesetario, quien, finalizada la función, animó a sus compañeras sobre la escena a recibir, junta a ella, el caluroso saludo que la ofreció la mayoría del público asistente a la segunda función de este espectáculo, tras su estreno, trufado de comentarios como ‘¡hay que ver que bien está esta mujer!‘ o ‘¡qué gran actriz es!‘, con los cuales estamos absolutamente de acuerdo.

 

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