Los hijos, crítica teatral

08 Dic 2019

Los hijos, crítica teatralEl planeta Tierra como herencia, como valor que cada generación recibe en depósito para hacer llegar a la siguiente, en un argumento de total actualidad alrededor de la crisis climática y de la sobreexplotación de los recursos naturales, que por propia esencia son finitos, es lo utilizado en la definición del argumento creado por Lucy Kirkwood en su obra “Los hijos” enmarcado en la historia de unos empleados que trabajaron en una central nuclear, ahora prejubilados para dejar paso a las nuevas generaciones.

“Los jubilados somos como las centrales nucleares, nos gusta vivir cerca del mar”

Hazel y Robin viven en una cabaña optimizando los limitados recursos con que cuentan, sin apeLos hijos, crítica teatralnas electricidad y agua potable, su vida como científicos nucleares ha quedado atrás, o al menos eso creían, hasta que reciben la visita de Rose, quien por si misma desatará muy diferentes sensaciones, y expectativas, en cada uno de los integrantes del matrimonio ante los que se presenta, treinta años después de haberlo hecho la última vez.

La autora, de treinta cinco años de edad en la actualidad, se aventura en la recreación de unos personajes contemporáneos de la generación de sus propios padres, cuyos perfiles pecan de cierta falta de trazo grueso, especialmente en cuanto a las experiencias que se les suponen vividas, algunas de ellas amortizadas, cuyo solo recuerdo aquí evocan unos aires mas propios de la adolescencia que de unos sexagenarios, aún bien mantenidos en su aspecto físico.

“La gente de nuestra edad tiene que resistir, si no sigues creciendo no vives”

El triangulo que los tres personajes sugieren desde el mismo programa de mano, no tarda en aflorar, bastante antes que el personaje de Hazel recuerde  a Robin y Rose que “creéis que porque os hayáis acostado alguna vez, podéis jugar conmigo…Los hijos, crítica teatral

El planteamiento, siendo interesante, no termina de estar acompañado de una trama que sorprenda al espectador, dando la sensación que tampoco lo logra con el propio elenco. Las relaciones íntimas y personales, entre ellos, son evidentes, y el foco de la responsabilidad, en lo sucedido, en torno a la central nuclear donde trabajaron los tres es palmario desde temprano en el espectáculo. Sí, Hazel, Robin y Rose son responsables en lo sucedido, pero las preguntas oportunas serían ¿podrían haber hecho algo diferente por si mismos? y ¿la siguiente generación no encontrará un reproche de sus sucesores, igual que lo que se plantea a sus antecesores?.

“Mi larga edad madura ha inflamado mi ego…”

Las respuestas no se producen; por supuesto sobre las que aquí se esbozan, pero tampoco sobre el planteamiento que Rose propone a Robin y Hazel, ¿cuál fue la respuesta?, ¿ambos sí?, ¿uno sí y el otro no?… el final solo juega a evocar la respuesta en el espectador, más por su propia sugestión que por lo que se presenta ante él.Los hijos, crítica teatral

En todo caso el juego esbozado al respecto de la fatal gestión sobre los recursos finitos del planeta que habitamos resulta sugerente, aún sin avanzar en esa línea argumental; igual que el planteamiento filosófico sobre las tensiones intergeneracionales que padres e hijos han mantenido a lo largo de la historia, siempre acompañadas de la victoria de éstos sobre aquellos, a partir de la secuencia de las épocas de ascenso y decadencia, en la sucesión de generaciones.

“¿Te gustan tus hijos?”

El ritmo de la representación termina por ser algo laxo, en la combinación del propio texto y una dirección, de David Serrano (también responsable de la versión) un punto previsible, a partir de una escenografía fija, de Mónica Boromello, que recrea la cabaña que habitan Hazel y Robin, pero que también fue el marco de ciertos momentos compartidos por éste en compañía de Rose. Correcta iluminación de Juan Gómez Cornejo.

Hace un año presenciamos en este mismo escenario, de El Pavón Teatro Kamikaze, «Port Arthur«, bajo la dirección de Serrano, de la que guardamos un grato recuerdo de la interpretación realizada entonces por Joaquín Climent, a quien, sin embargo, en esta ocasión percibimos algo plano en el papel de Robin, igual que sucede con la, habitualmente, estupenda Adriana Ozores («La cantante calva«, «Atchúusss!!!«), su pareja en la vida real, que aquí encarna a Rose; consiguiendo los momentos de mayor poso interpretativo Susi Sánchez («Espía a una mujer que se mata«), dotando a su personaje (Hazel) de unos definidos perfiles que terminan por imponerse, por momentos tremendamente pragmática, en otros irónica y, hasta, cínica, haciendo prevalecer sus prioridades más allá de los acontecimientos que suceden a su alrededor.Los hijos, crítica teatral

«No aguanto tu superioridad moral»

El texto termina por estar excesivamente pegado a ciertos convencionalismos de este momento vital, ¿por qué los personajes se preocupan más de la muerte de unas vacas que pastan en un terreno dentro de la zona de exclusión en la catástrofe de la central nuclear, que por la muerte de unos empleados en ella?, pero en todo caso es más evidente el interés en la propuesta que plantea sobre el futuro que nuestras generaciones dejarán a las siguientes. Sea como fuere, el mundo, nuestra realidad, ya pertenece a nuestros hijos. Es la hora del cambio, también en cuanto a la responsabilidad de que hacer y cómo. El futuro empieza hoy.

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