El largo viaje del día hacia la noche

02 Nov 2014

El texto de “El Largo viaje del día hacia la noche” fue escrito por O’Neil en 1940, poco antes de su muerte con el ambicioso planteamiento de enfrentar al espectador a vivir, en tiempo casi real, a lo largo de un único día las miserias personales de los integrantes de una familia, entre ellos y con la sociedad en general, el clima, por tanto, se va cargando muy pronto, enfrentando los secretos de cada miembro del clan, sus adicciones y sus dependencias a los de los otros, con una mezcla entre amor y odio que termina dominando lo segundo. En el original del texto al autor incluyó la siguiente dedicatoria: “escrita con lágrimas y sangre”, toda una descripción de su planteamiento.

La familia está compuesta por James, el padre familia, que es un reputado actor de teatro, devenido en avaro, su inicialmente dulce esposa, Mary, que termina arrastrada entre adicciones y sus fantasmas, y los hijos de ambos, ya mayores, pero ambos dependientes por diferentes razones. La obra comienza con el desayuno del día y acaba tras la cena.

El original de O’Neill ha sido versionado por Borja Ortiz de Gondra y es dirigido por Juan José Afonso, y ambos deberían haber ponderado la posibilidad de recortar la duración del espectáculo, que resulta excesiva, superando las dos horas y media (incluyendo un descanso), con un ritmo demasiado lento y la concatenación de varias escenas que podrían haber sido suprimidas de la obra, especialmente en la primera parte, sin que hubiera sufrido modificaciones la trama esencial de la obra.

El decorado resulta algo impersonal, marcado el espacio por visillos que van reflejando en ellos efectos de la cercana costa y una tarima elevada en el centro que no consigue romper una cierta rigidez de escena. La iluminación resulta algo plana y, por momentos, los focos pierden a los protagonistas sobre el escenario.

En cuanto a las interpretaciones es destacable el esfuerzo de Vicky Peña en el complejo personaje de Mary Cavan Tyrone, especialmente en la primera escena de la segunda parte; en un tono algo menor encontramos a Mario Gas, aunque logra una conseguida escena, con la buena réplica de Juan Díaz, en el personaje de Edmund, a continuación de la escena anterior y ya tras la cena del día; en cualquier caso no hay fluidez en el resultado final y la percepción en el patio de butacas es que de ese efecto es consciente el elenco.

El espectador llega al final de la representación algo superado, en un ambiente excesivamente opresivo tras lingotazos de ginebra, picotazos de morfina y un ritmo lento que no se logra remontar a pesar de esfuerzos individuales como el de Vicky Peña.

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