Pingüinas

10 May 2015

Madrid asiste al estreno mundial de la obra teatral “Pingüinas”, en la sala grande de las naves del Español, en Matadero, que acaba de ser bautizada con el nombre de su autor, Fernando Arrabal, quien la ha escrito por encargo del director del Teatro Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente, en conmemoración del Cuarto Centenario de la publicación de la segunda parte de «El Quijote», estando a las puertas del aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes (1616).

Fernando Arrabal es fiel a sí mismo y nos presenta un texto propio de su mundo creativo, haciéndonos participar de una “alucinación arrabaliana”, construida sobre los personajes femeninos de diez mujeres cervantinas, reconvertidas en moteras lesbianas que abordan la escena, en pleno siglo XXI, a lomos de sus cabalgaduras haciendo rugir sus motores, son seres libres, impulsivas, desinhibidas, con los sentidos desatados, a veces bruscas, pasionales y apasionadas, pero siempre con un pie en la tierra y el otro en sus sueños; su nexo de unión es Cervantes -Miho en el espectáculo-. Están la abuela, Torreblanca; la hermana monja, Luisa de Belén; la sobrina carnal, Constanza; la madre, Leonor; la tía paterna, María; la hermana mayor, Andrea; la hermana menor, Magdalena; la prima paterna, Martina; la esposa, Catalina y «la hija natural», y esperan que la tecnología internética de Clavileño les lleve hasta la Luna.

El texto de Fernando Arrabal pone a prueba al espectador presentando más que una trama, un dialogo libre, por momentos alocado, entre las pingüinas, que van y vienen, con movimientos vertiginosos sobre la escena en la que se mezclan pasado y futuro, internet y un carro lleno de gallinas, una futurista nave espacial y guiños manchegos como las gachas, el queso o la interpretación de una jota –‘…a la mancha, manchega, que hay mucho vino…’-. La confusión lo inunda todo, pero en el último tercio de la obra, por fin, todo adquiere sentido, en clave de puzzle arrabalesco.

Pérez de la Fuente asume el reto que supone teatralizar la obra escrita por Fernando Arrabal y lo hace sin reparar en medios, consiguiendo un resultado brillante, con una puesta en escena que recoge la influencia del mejor arte circense, el movimiento se realiza alrededor de una gran torre con cortinajes que se utilizan como pantalla donde se reflejan audiovisuales al tiempo que desde su interior salen luces que van proyectando figuras sobre el escenario, que se mezclan con elementos como un carromato con varias gallinas y un gallo. Cuando caen las cortinas que cubren esa gran torre, se dejan ver los restos de una cosmonave. Gran trabajo de los oficios técnicos en general –Marta Carrasco en coreografía, Emilio Valenzuela en escenografía, José Manuel Guerra en iluminación, Luis Miguel Cobo en composición musical y Almudena Rodriguez Huertas en vestuario- que consiguen representar acertadamente el universo en el que Miho, Cervantes reencarnado, sobrevuela, de forma literal, el hilo argumental y protege a cada una de las mujeres, de su propia existencia, representadas a su vista.

Ana Torrent (como Luisa de Belén –la hermana monja-), Marta Poveda (como Constanza –la sobrina carnal-) y María Hervás (como Torreblanca –la abuela-) realizan un gran trabajo, manteniéndose en escena durante toda la obra, exigidas de un gran movilidad y protagonizando un texto endiablado; junto a ellas otras sete actrices completan la decena de pingüinas, destacando la aportación de Lara Grube (como Leonor –la madre-), excelente en la escena más conseguida de la obra, recreando a la madre de Cervantes, frente a su hijo, donde Arrabal demuestra su capacidad de creador de emociones en, sin duda, el momento de mayor tensión dramática del texto. El resto de pingüinas son adecuadamente protagonizadas por Ana Vayón, María Besant, Lola Baldrich, Alexandra Calvo, Badia Albayati y Sara Moraleda, completando el elenco el único personaje masculino, el de Miho, Miguel Cazorla, que, sin abrir la boca, realiza un gran trabajo, apareciendo y desapareciendo de escena, para dar continuidad a la obra, con un gran peso en ella, mérito suyo también la ya reseñada escena que protagoniza con Lara Grube.

Pingüinas es una performance que incluye varias artes; el texto de Arrabal es arropado magníficamente por el oficio de Juan Carlos Pérez de la Fuente junto con todo su equipo técnico, hay talento en su escenografía, en su iluminación, en sus intérpretes, en su música y en su vestuario, todo lo cual nos permite vivir esta “alucinación arrabaliana” disfrutando de un espectáculo atípico e inclasificable, del que celebramos haber experimentado.

Fernando Arrabal, como todo autor, en toda buena trama, nos sorprende al final de la obra, nada es lo que parece y la tierra se vuelve a hacer presente, más allá de los sueños y las visiones. También en su universo hay locura, como en todas las vidas.

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Comentarios

  1. Carmen Luque Lara dice: mayo 10, 2015 at 10:43 pm

    Gran reto del director de la obra, no es fácil de poner en escena un texto de Fernando Arrabal, lo consigue gracias al magnífico trabajo de los actores , con una gran entrega, y sobre todo gracias al gran despliegue técnico, de sonido, coreografía, iluminación… Todos estos ingredientes hacen que que la obra resulte atractiva.

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