Enrique VIII y la cisma de Inglaterra

26 Abr 2015

La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha incluido dentro de su programación, en el Teatro Pavón, una obra, en verso de Calderón de la Barca, muy poco representada, escrita en su juventud, cuando aún no había cumplido los 30 años y no era todavía el genio que finalmente fue, se trata de “Enrique VIII y la cisma de Inglaterra”, planteando problemas que hoy se siguen repitiendo en nuestra sociedad: la responsabilidad pública de los gobernantes antes los ciudadanos, los intereses privados de aquellos por encima del interés público general, las presiones de los cercanos al poder, etc… ¡el hombre es hombre, más allá de que haya vivido en el siglo XVII o lo haga en éste “polielectoral” 2015!.

Un texto en verso tiene una complejidad adicional sobre uno en prosa, que es la necesidad de conseguir en su declamación una cierta musicalidad, lo cual, al principio de esta representación cuesta conseguir, las prisas no son buenas consejeras a la hora de expresarlo y la consecuencia de ello no facilita la conexión con el público en las primeras escenas.

La adaptación que realiza José Gabriel López Antuñano es correcta, acertando en la poda que realiza sobre el texto original, centrando la trama en la disyuntiva de intereses a la que se enfrenta el personaje de Enrique VIII, eligiendo entre sus propios deseos, e instintos, y la razón de Estado o los intereses del pueblo a quien gobierna.

La dirección de Ignacio García es adecuada, con un conseguido resultado de los oficios técnicos, tanto en cuanto a escenografía, como a iluminación y vestuario, todos los cuales acompañan adecuadamente la trama del espectáculo, enriqueciéndolo. Mención aparte para la adaptación musical, realizada en directo, con dos presencias en escena que aparecen, y desaparecen, con extrema naturalidad y acierto.

A reseñar como momento cumbre de la obra cuando el personaje de la Reina Catalina, muy bien interpretado por Pepa Pedroche, declama: “…aprended, flores, de mí, lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aún no soy», perfectamente secundada por María José Alfonso en el papel de su dama de compañía “Margarita Polo”. El resto del elenco tiene una aportación más irregular, con un Sergio Peris-Mencheta, como Enrique VIII, cuya impactante presencia física no termina de ser acompañada en el resultado final de su trabajo, y un Sergio Otegui que no consigue ser creíble en su personaje de «Carlos, embajador de Francia», ni en la época en la que trama se representa. Correctos trabajos de Mamen Camacho como “Ana Bolena”, Natalia Huarte como la “Infanta María” y Chema de Miguel como “Tomás Boleno”; Joaquín Notario, como “el cardenal Volseo” tiene una presencia con altibajos, desvaído en algunas escenas, pero muy acertado en el cuadro posterior a verse desposeído de sus bienes terrenales. Mención al margen para Emilio Gavira, como Pasquín, que optimiza los registros de su personaje de forma muy acertada.

El espectáculo va ganando con el discurrir de la trama, especialmente a partir de la escena del “trono”, pero algo no termina de engancharnos del todo, es una experiencia que ya vivimos en otros espectáculos como “Julio César” o “El largo viaje del día hacia la noche”, reflexionando sobre ello, creo que se trata de una cierta falta de entusiasmo en lo que se hace, por parte, de alguno de los integrantes del mismo, y que llega a trasladarse entre los espectadores. El teatro es emoción y conexión, con hacer lo correcto, o lo previsible, no vale, es necesario ir más allá.

A los cinco minutos de acabar el espectáculo los actores, los técnicos y todo el mundo -nosotros también- estábamos en la calle, porque eran las 21 horas y las instalaciones tenían que estar ya cerradas, no sé si ello también tiene que ver con esa falta de entusiasmo que nos pareció percibir.

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