El zoo de cristal

30 Nov 2014

El Teatro Fernán Gómez, del Centro Cultural de la Villa, nos presenta una adaptación de Eduardo Galán, del texto escrito por Tenessee Williams, en 1944, El Zoo de Cristal, drama familiar sobre la vida cotidiana, los complejos y los demonios de los Wingfield, familia del sur de los Estados Unidos, cuya acción transcurre en los años 30’s del siglo XX dentro de la crisis financiera que se desató tras el crack de la bolsa de New York de 1929. Atinada sin duda esta reprogramación, porque en el momento social que se representa y nuestra actualidad hoy, se dan similares circunstancias: sueños rotos, la dura realidad impuesta, fantasías olvidadas, pobreza, menos trabajo …mutando lo que empezó siendo una crisis económica, en una crisis social y de valores, que afecta a nuestro propio espíritu.

Amanda, la madre, está obsesionada con salir de la pobreza y el futuro de sus hijos, Tom y Laura. La hija sufre una cojera que ha acentuado en ella inseguridad y complejos que la han apartado del mundo real y vive obsesionada con su colección de pequeñas figuras de cristal. Tom trabaja en una zapatería y sueña con romper con todo, empezando por su madre y su sobreprotección.

En el inicio de la obra, el espectador, tarda unos minutos en comprender si la familia protagonista devino en una situación de pobreza a consecuencia de la crisis o realmente es una familia humilde, y ello se debe al excesivo espacio en el que se desarrolla la obra, es difícil imaginar un apartamento de una ciudad sureña de Estados Unidos con los espacios disponibles sobre el gran escenario del Fernán Gómez, quizás hubiese sido acertado acotar algo más los espacios, dando más protagonismo a la escalera de incendios y adelantando, hacia el público, el fondo del decorado. Por lo demás la dirección de Francisco Vidal es equilibrada, aunque abusando de un cierto minimalismo y un exceso de sobriedad.

Esta adaptación opta por dar el protagonismo de la obra al personaje de Amanda, correctamente interpretado por Silvia Marsó, con poso y peso sobre las tablas, aportándole los necesarios perfiles de neurosis, autoritarismo, obsesión, posesión, pero también de ternura, ilusión y desesperación en busca de lo que entiende por felicidad, sin embargo quizás se abuse de excesivos momentos de esperpento que llegan a generar carcajadas en el público, alejándose algo de los matices de la gran perdedora que es la madre de los Wingfield.

Los tres personajes restantes quedan condicionados por el protagonismo de Amanda, destacando la interpretación realizada por Pilar Gil, con la contención requerida y siendo capaz de “estar presente” en escena aun cuando tiene largos momentos en los que no articula ninguna palabra, con el riesgo que ello tiene sobre unas tablas. Alejandro Arestegui, cómo Tom, comienza bien con su monólogo inicial, aunque va perdiendo algo de peso con el transcurrir de la obra, destacando en la escena de la escalera de incendios con Amanda, señalando la luna. Correcta es la interpretación de Carlos García Cortázar, como Jim.

Interesante oportunidad para acercarnos a este clásico Tenessee Williams, que los amantes del buen teatro disfrutarán.

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