El ángel exterminador, crítica teatral

02 Mar 2018

El ángel exterminador, crítica teatralLa adaptación teatral de la gran película realizada por Luis Buñuel en 1962, suponía el culmen de la temporada 2017/2018 del Teatro Español, según la programación realizada por su actual directora, Carme Portacelli –quien sustituyó a Juan Carlos Pérez de la Fuente en 2016, cesado por los responsables del Ayuntamiento de Madrid por acometer montajes con unos muy elevados costes de producción- supone todo un despliegue de recursos, situando a veinte actores en escena, con un ampuloso despliegue escénico, a cargo de Roger Orra, ocupando incluso gran parte del patio de butacas y el encargo de su dirección a una de las más reputadas actrices españolas del momento: Blanca Portillo, tras dirigir “La avería” en 2011 y “Don Juan Tenorio” en 2014.

La expectativa, con el proyecto elegido y los medios disponibles, pusieron todo el foco teatral, de profesionales, críticos y publico, sobre esta revisión de Buñuel.

«¡Estatuas ya! …¡ya!»

La adaptación del texto realizada por Fernando Sansegundo, eleva la duración del espectáculo hasta los 135 minutos, sin aportar nada nuevo y haciendo caer el ritmo de una trama que en su original funciona perfectamente.

Casi todos los elementos utilizados por Buñuel también lo son aquí: la repetición de escenas, el objetivo puesto por el genial cineasta de Calanda en los pequeñoburgueses de su época, son ahora actualizados a los personajes de las élites sociales de nuestros contemporaneidad, la reunión de “gente bien” tras un concierto, allí de piano, aquí con un violoncelo, etc… pero lo que aquí falta es el surrealismo y la sátira, tan sabiamente administrados en el filme, junto con un humor negro, absurdo y un punto morboso; todo ello sustituido en esta revisión de Sansegundo y Portillo por una especie de hiperrealismo a base de borbotones de sangre y gritos de más.

«Yo hace mucho rato que sé, que no puedo salir».

El ángel exterminador, crítica teatral

El derroche técnico es evidente con una lograda iluminación de Juan Gómez-Cornejo, un impecable diseño de vestuario de Marco Hernández y una escenografía de Roger Orra visualmente muy potente que, incluye un cubo de cristal de cuyo espacio los personajes no logran escapar, a pesar de tener su acceso limpEl ángel exterminador, crítica teatralio y libre, pero con un sonido muy poco conseguido dentro de ese recinto, que hace que algunas partes del texto no lleguen con claridad al público.

Algunos asientos del patio de butacas están desmontados a fin de de utilizar sus espacios disponibles a la interactuación de personajes por esas zonas, pero el diseño de los movimientos no parecen bien estudiados y son reiteradas las demandas a los espectadores para que se levanten y permitan que los actores circulen por ellas, algo totalmente molesto e injustificado; además de no ser visibles desde todas las localidades.

En dos butacas colocadas de espaldas a la escena, se ubica el personaje de “la tejedora” creado “ad hoc” para esta versión, cuyos diálogos no forman parte del original, y en comparación de lo que hacía Buñuel, preservando el criterio del espectador, sin interpretar, opinar o imaginar, aquí sí se juzga a través de ella.

«Estamos en mi casa …¡es mía!, como no nos organicemos, nos devoran».

A destacar el esfuerzo realizado por todo el elenco (Hugo Alcaide, Juan Calot, Inma Cuevas, Abdelatif Hwidar, Ramón Ibarra, Alberto Jiménez, Juanma Lara, Victor Massán, Anabel Maurín, Manuel Moya, Dani Muriel, Alfredo Noval, Alex El ángel exterminador, crítica teatralO’Dogherty, Francesca Piñón, Cristina Plazas, Camilo Rodríguez, Irene Rocco, Mar Sodupe, Mª Alfonsa Rosso y Raquel Varela), especialmente por los catorce actores que se mantienen en escena de forma permanente, aunque sus trabajos no lleguen a destacar por el propio planteamiento coral y también por un generalizado tono de arrebato y algo de caos, imputable a la dirección.

Dos guiños interesantes nos regala Blanca Portillo en momentos puntuales del espectáculo, por un lado cuando recrea las ovejas que correteaban por la casa en la película de Buñuel, lo cual realiza con un haz de luz, acompañado de sus balidos, mientras huyen del escenario recorriendo el pasillo central del patio de butacas. Utilizando igual recurso con la mano de Rossel, a través de la misma luz blanca, posándose sobre la dama de vestido rojo, en una alegoría de la muerte.

La ampulosidad y la grandilocuencia, con ciertos toques de soberbia, son los grandes pecados que condenan este espectáculo, más allá de la cierta leyenda negra, en forma de maldición de Buñuel, sobre las recreaciones teatrales de su película de «El ángel exterminador». El reto es más que sugerente, el esfuerzo es titánico, pero al resultado final le falta lo esencial: la magia del teatro.

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